domingo, 28 de octubre de 2012

UN TROCITO DE CIELO EN LAVAPIÉS

Hay un bello poema de Karmelo Iribarren, llamado Un trocito de cielo, en el que habla de alguien que le visita en su casa, un día de lluvia, y le pide permiso para publicar uno de sus poemas en una pequeña revista. Dice Karmelo que esa visita es más grande que cualquier premio que puedan darle.

Cuando empiezas a escribir, sueñas con conseguir llegar a la gente. Sueñas con el día en que tomes el metro y la persona que se siente a su lado vaya leyendo tu libro. Pues algo así me pasó el sábado a mediodía. La editorial Origami se presentaba en Madrid, en El Dinosaurio todavía estaba allí, un pequeño pero muy agradable librebar de la calle Lavapiés. Me encantó encontrarme con los autores de la editorial, me encantó volver a comprobar la cantidad de talento que tiene Origami en su catálogo. Fue estupendo que El Dinosaurio estuviera hasta arriba de público disfrutando de la poesía (y de las estupendas migas que había preparado la madre de la propietaria). Pero, para mí, lo más emocionante fue llegar, acercarme al tablón de anuncios (tengo una irresistible atracción por los tablones de anuncios), y allí, pinchado entre citas de Machado o de Sartre y anuncios varios, había un papelito en el que alguien anónimo había escrito algunos versos de un poema mío. Que alguien a quien no conozco se haya tomado la molestia de apuntar unos versos en un papelito y pincharlo en un tablón es, como diría Iribarren, mi trocito de cielo.

Los versos pinchados en el tablón eran del poema Hora Punta, que hoy es de ese amigo anónimo (en negrita, los versos que estabán pinchados en el tablón):

Hora punta
Me miras, te miro;
tus ojos son los únicos
en el mar de ojos soñolientos
que puebla el metro al amanecer.
Sólo ojos:
ojos para hablarnos, para tocarnos,
para explorar las formas de tu cuerpo
bajo la ropa,
ojos para entrar en ti.

El traqueteo del vagón
hace temblar nuestros cuerpos,
los sincroniza en un único temblor.
En el fragor de la hora punta
me rozan pieles apresuradas y anónimas,
y el roce de otra piel, otra cualquiera,
mientras te miro
es una forma de poseerte.
El metro se detiene: es tu parada;
una última mirada de reojo y bajas.
Mañana, al amanecer, volverás,
y volveré a hacerte el amor
con los ojos
sin que nadie nos descubra.

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