Nos
engañaron con altares y estandartes,
nos aturdió el estruendo de los himnos;
a la ira la forramos de solemnidad
y disfrazamos a la venganza de justicia.
Olvidamos
que no hay gloria alguna en pisar,
en romper, en golpear;
que un muerto es sólo un muerto,
que una casa derribada
es sólo ruinas,
y que la sangre, sea de quien sea,
ensucia el suelo en el que cae.
Nos engañaron, nos engañamos.
Confundimos lo importante,
olvidamos que los más altos ideales
están en blanquear la fachada de casa,
en montar en bici los domingos
y en ir a hablar con el profe del crío
a ver cómo va en matemáticas.
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