El cuaderno de laboratorio es la libreta en la que un científico va anotando día a día sus hipótesis, sus observaciones y los resultados de sus experimentos. Carmen Ramos es una mujer eminentemente de letras, pero los azares de su vida profesional y su curiosidad insaciable la han llevado a conocer y admirar el trabajo de los científicos, por lo que, en su nuevo libro de poemas ha tomado prestados a la ciencia formato y método de trabajo.
El laboratorio que elige Carmen para sus observaciones es la vida cotidiana. Ella vuela a ras de suelo, contemplando con salvaje lucidez todo lo que encuentra -la botella de lejía, el fin de mes, canciones, películas, los niños que juegan al balón, las sábanas revueltas de los domingos-, y dejando testimonio de ello en retazos de una intensidad vibrante, que en muchos momentos resulta dolorosa (“Escribo sobre el vómito / y escribo sobre la sangre”), pero que siempre rebosa vitalismo.
Carmen habla desde la honestidad: su palabra es sencilla, limpia, directa, descarnada a veces, sin artificios ni concesiones. Su voz, que ya era reconocible en sus primeros poemarios, se ha ido asentando con el tiempo, haciéndose más compacta y depurada. En cada momento, Carmen dice exactamente lo que quiere decir.
La madurez poética de Carmen no se revela sólo en su palabra, sino también en la forma de sus poemas: Escribe con absoluta desenvoltura y libertad, mezcla el verso libre con los poemas a caja, o con breves aforismos, poniendo las formas al servicio del contenido poético que pretende transmitir.
La sencillez de la voz de Carmen la dota de un profundo contenido poético, en el sentido del machadiano Juan de Mairena. Su mirada está llena de lirismo, encuentra “el parpadeo del colibrí violeta” donde otros sólo ven “un autobús, la desgana, los eslóganes, una camiseta de Bershka”, pero sin perder nunca el contacto con la realidad, con autobuses y camisetas.
Carmen vuelve una y otra vez a sus temas recurrentes: La poesía, de la que da su doble mirada, como lectora voraz y como escritora compulsiva. La ausencia de su padre, una llaga antigua que nunca termina de cerrar. El paso del tiempo, la mirada a la niña que fue (“Los niños salvajes que reían afilados / nos dejamos golpear la sien por la gran ola”), y a la anciana que será (“Es complicado seguir el camino / sin tu mano en mi espalda. / Ahora sí que estoy sola.”).
Y la Editorial El Libro Feroz ha realizado una exquisita edición -tapa dura, buen papel- en la que brillan especialmente las ilustraciones de Francisca Alfonso, quien ha entendido perfectamente y ha sabido plasmar el universo mental de Carmen. Ilustraciones y poemas dialogan y se entrelazan, pareciendo que han sido elaborados a la vez. La maquetación del libro, que ha tratado muchos poemas como ilustraciones, jugando con los tipos de letra y con las compaginaciones, da lugar a un producto redondo, hermosísimo, en el que forma y contenido se yuxtaponen con maestría.
En la mayoría de las ilustraciones de Francisca aparecen, ocultas a veces, viejas fotos de la Carmen Ramos niña o adolescente (incluso, en un significativo guiño, una ilustración contiene el DNI de Carmen transformado en burbuja). Posiblemente, esa sea la forma que Francisca ha encontrado de decirnos que, en realidad, el laboratorio que para sus experimentos poéticos usa Carmen Ramos es la propia Carmen Ramos.
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