Llegar al salón de actos de un colegio. Ver que tres profes
se han tomado la molestia de pedir tu libro por correo, y que lo tienen, lo han
repasado y te lo comentan con cariño. Que lleguen setenta chicos y chicas de
diez años, revoltosos y alborotados como es su obligación. Empezar a recitar
poemas (que no están escritos para niños), y que te escuchen con atención y
respeto; que aplaudan y se rían al final de cada uno. Que comenten con
entusiasmo cada cosa que dices, que te pregunten cosas, que cada vez que
preguntas tú algo se levanten un montón de manos, y estén deseando darte su
opinión y sus ideas. Que si pides voluntarios para leer poemas en voz alta
salgan varios. Que cuando termina el acto los chavales se te acerquen para
seguir preguntando o comentando. Eso es lo que me pasó ayer en el Colegio Mater
Purissima de Madrid, con los chicos y chicas de quinto de primaria. Eso es de
las cosas que hacen que siga mereciendo la pena esto de la poesía.
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