A cada tanto
queman la Biblioteca de Alejandría.
Los nombres cambian
(Index Librorum,
Berlín 1933,
Sarajevo, Bagdad),
pero siempre
es la misma biblioteca la que arde.
Lo que no saben los bárbaros de las hogueras
es que así cumplen
la última voluntad de Virgilio,
la última voluntad de Kafka,
la del pastor cervantino;
lo que no saben es que su acto es necesario
para que Bradbury escriba Fahrenheit 451
y Umberto, El Nombre de la Rosa.
Lo que no saben es la potencia
de las metáforas que crean:
Somos humo, ceniza y nada,
la belleza de un fugaz momento de esplendor.
Lo que nunca sabrán los incendiarios,
los lectores de un solo libro,
lo que nunca alcanzarán
sus mentes de certezas pequeñitas
es que, incluso en el acto cruel del fuego,
es la biblioteca la que vence.
24 de octubre. Día de las Bibliotecas.
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