Una visita a Córdoba siempre es
agradable, pero mucho más cuando vuelves con un
buen libro de poesía entre las manos. En este caso El Fuego que no se Extingue,
de Manuel Guerrero.
Es un libro muy breve, dividido
en dos partes: Melange y El mismo Loco Afán. Lo he leído de un tirón, con mucho
interés, especialmente la primera parte (los poemas de la segunda parte ya los
conocía), y me ha sorprendido, muy gratamente, la capacidad de maduración como
poeta de Manuel.
Si de El Desnudo y la Tormenta a
Loco Afán (los dos primeros poemarios de Manuel) ya se apreciaba una
evolución en su estilo, esa evolución prosigue en El Fuego que no se Extingue. Los temas siguen siendo los mismos: la
literatura, el tango, un erotismo sutil y luminoso, el paso del tiempo… La voz
de Manuel es muy reconocible. Pero, a la vez, el lenguaje es cada vez más
limpio, más cercano, más directo y eficaz. Lo cotidiano (el microondas, la
huelga, el centro comercial, la plaza de su ciudad…) cobra presencia. Los
poemas se resuelven con brillantez y valentía (“…porque no tengo amor en mis
servicios mínimos”). Y hay hallazgos llenos de belleza, como el paralelismo que
establece entre las primeras palabras en castellano, pronunciadas por un sesudo
académico, y el balbuceo de un niño que interrumpe esa conferencia. O el
tangohaiku: tres haikus inspirados en tangos argentinos.
Vista el crecimiento que, de una
obra a otra, experimenta la poesía de Manuel, y teniendo en cuenta que su
juventud sigue estando insultante, podemos prever que los mejores versos de
Manuel Guerrero están por llegar, y que su voz poética va a deslumbrarnos,
mucho y bien, en el futuro.
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