Ayer sábado participé en la presentación de la Colección de poesía Extraversos en la Feria del Libro de Sevilla. Mientras esperábamos a que comenzase el acto, mi buena amiga Lola Crespo me presentó a Irene, una antigua alumna suya. Nada más saludarme, Irene dijo, con una sonrisa de oreja a oreja “Me sé de memoria tu poema”. Había memorizado un poema mío para recitarlo en la Feria del Libro. Me estuvo contando cómo lo había hecho (al parecer, poniéndole música al poema para retenerlo mejor). Después de insistirle un poco (no demasiado, la verdad, fue fácil convencerla) Irene recitó mi poema para los tres o cuatro amigos que estábamos allí. Confieso que tuve que hacer acopio de todo mi aplomo de contable cuarentón para no echarme a llorar allí mismo. Sentí que ese poema ya no era mío, que alguien lo había hecho suyo, y ése es el sueño de cualquiera que escriba poesía. Ayer recibí el mejor premio que un poeta puede recibir. Ayer, Irene me entregó el salario del poeta. Por eso, hoy, este poema es para ella:
EL SALARIO DEL POETA
Es fácil conmover a la multitud:
Basta con un grito de guerra pegadizo,
campeones campeones oe oe oe;
una palmada en medio de la masa
se convierte en ovación atronadora,
el entusiasmo es contagioso,
como la ira o el pánico;
es fácil conmover a la multitud,
lo difícil es la emoción de uno solo,
encontrar,
entre tanto laberinto y vericueto,
el canal preciso,
el que fluye, limpio y recto,
de un alma a otra alma.
Descubrir la palabra exacta
que alguna alquimia secreta
transformará en emoción
dentro del otro pecho.
Un corazón, un solo corazón,
es un blanco muy pequeño
y el dardo ha de ser certero.
Por ello es tan difícil calcular
el salario del poeta,
del verdadero poeta,
el no mide en cantidades
sino en hondura.
Él no mide la muchedumbre
por el número de manos que aplaude
sin saber muy bien a qué.
Él mide en hondura.
Pero ¿cómo medir la hondura
de un gracias,
de un abrazo,
de unos ojos,
de una lágrima?
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